En muy poco tiempo, las marcas chinas han pasado de ser grandes desconocidas a ocupar un lugar destacado en el mercado europeo. Firmas como MG, BYD, Omoda, Leapmotor, Xpeng, Dongfeng, Maxus o Jaecoo ya se dejan ver en nuestras calles y empiezan a captar la atención de quienes buscan un coche eléctrico o híbrido a buen precio.
El precio como carta de presentación
La principal baza de estas marcas es evidente: ofrecen mucho por menos dinero. Un SUV eléctrico de origen chino puede costar varios miles de euros menos que un modelo equivalente de una marca europea y este atractivo es difícil de ignorar para un comprador que compara ofertas.
Sin embargo, estos precios tan competitivos no son casualidad. Se explican en gran medida por una mano de obra mucho más barata que la europea, por economías de escala que permiten producir millones de vehículos al año y por el apoyo estatal a la industria, que abarata costes de fabricación y exportación.
Tecnología y equipamiento
Más allá de los costes de producción reducidos que explican sus precios competitivos, otro de los puntos fuertes de las marcas chinas es su capacidad para añadir un alto nivel de tecnología y equipamiento en relación al coste final del vehículo.
Muchos de sus modelos incorporan de serie elementos que en marcas europeas suelen estar reservados a gamas superiores: pantallas multimedia de gran tamaño, asistentes avanzados de conducción, cámaras 360º, sistemas de conectividad integrados o incluso acabados premium que sorprenden en vehículos de coste medio.
Además, la rápida apuesta por la electrificación les ha permitido adelantarse en algunos segmentos. Mientras fabricantes tradicionales se han ido adaptando poco a poco, marcas como BYD han desarrollado una amplia gama de eléctricos y baterías propias, lo que les da independencia tecnológica y capacidad de competir con precios más ajustados.
Este enfoque explica, en parte, por qué muchos conductores se sienten atraídos por estos coches: ofrecen innovación y tecnología accesible, lo que obliga a los fabricantes consolidados a reaccionar y acelerar sus propios desarrollos.
Diseños familiares… a veces demasiado
Sin embargo, uno de los puntos que se suele cuestionar es la falta de originalidad en algunos modelos chinos, que recuerdan demasiado a diseños europeos o japoneses ya consolidados.
En el pasado, estas similitudes llegaron incluso a los tribunales. El Landwind X7 fue prácticamente una copia del Range Rover Evoque y acabó en juicio tras la denuncia del grupo Jaguar Land Rover. El Great Wall Peri, por su parte, imitaba al Fiat Panda hasta el punto de que su venta fue prohibida en Italia, mientras que el BYD S6 fue criticado por su parecido con el Lexus RX. Ninguno de estos modelos sigue en el mercado y, en general, las marcas chinas han tratado de evolucionar hacia diseños más propios, evitando copias tan evidentes.
Aun así, persisten los paralelismos. El Jaecoo 7 recuerda poderosamente al Range Rover Evoque, y otros SUV chinos han despertado comentarios por sus similitudes con modelos muy reconocidos en nuestras carreteras, como el BMW X5, el Audi Q5 o incluso el Hyundai Tucson, referentes en España por su popularidad.
Estos ejemplos continúan alimentando la percepción de que, más que innovar, algunos fabricantes chinos todavía prefieren replicar fórmulas de éxito ajenas antes que arriesgar con un diseño verdaderamente propio.
El gran reto: la confianza
Más allá del diseño o el precio, la verdadera prueba está en la confianza. Y aquí las marcas chinas todavía tienen camino por recorrer. Muchos conductores dudan de la durabilidad de sus coches, la calidad de los materiales y, sobre todo, el servicio posventa.
El servicio posventa no es solo cuestión de garantía: abarca la disponibilidad de piezas de repuesto, la red de talleres autorizados, la rapidez en las reparaciones y la atención al cliente cuando surge un problema. En un mercado como el europeo, donde los compradores valoran tanto la seguridad como la tranquilidad de saber que su coche estará cubierto en caso de avería, este aspecto resulta decisivo.
Las marcas tradicionales llevan décadas construyendo redes de concesionarios y talleres, lo que asegura que cualquier incidencia se pueda resolver de forma rápida y con piezas originales. En cambio, muchas marcas chinas aún no cuentan con una infraestructura sólida en España y, en particular, en Canarias, lo que genera incertidumbre: ¿qué ocurre si se avería un modelo nuevo? ¿Habrá recambios disponibles? ¿Quién responderá dentro de cinco o diez años si la marca desaparece del mercado europeo?
A estas dudas se suman cuestiones recientes relacionadas con la seguridad. El caso de MG, una de las marcas chinas con mayor presencia en España, es significativo: tras los últimos test de Euro NCAP, se detectaron fallos graves en algunos de sus modelos, hasta el punto de que la organización llegó a recomendar no adquirirlos. Este tipo de noticias alimenta la percepción de que, más allá del precio atractivo o el equipamiento, todavía existen interrogantes sobre la fiabilidad real de estas propuestas en el mercado europeo.
Esa falta de confianza en el soporte a largo plazo es, hoy por hoy, una de las mayores barreras que separan a los fabricantes chinos del mismo nivel de reputación que disfrutan las marcas consolidadas en Europa.
Historia frente a novedad
Mientras tanto, las marcas europeas y japonesas juegan con una ventaja: su trayectoria histórica. Volkswagen, por ejemplo, marcó un antes y un después en la automoción con el mítico Escarabajo, uno de los coches más vendidos de la historia, y más tarde con el Golf, que se convirtió en el compacto de referencia en Europa durante décadas. Toyota, por su parte, fue pionera en la electrificación con el lanzamiento del Prius en 1997, el primer híbrido de producción masiva, que abrió el camino hacia la movilidad sostenible mucho antes de que la electrificación se convirtiera en tendencia global.
Estos hitos no solo representan innovaciones técnicas o éxitos comerciales, sino que han forjado una confianza que se transmite de generación en generación y que aún supone una gran ventaja frente a las marcas chinas, que apenas empiezan a escribir su historia.
¿Realidad o espejismo?
El auge de las marcas chinas está cambiando el mapa de la automoción y obligando a reaccionar a los fabricantes tradicionales. Sin embargo, su futuro en Europa dependerá de algo más que el precio o la estética. Necesitan demostrar que son fiables a largo plazo, que su servicio posventa está a la altura y que pueden generar confianza más allá de la novedad.
De lo contrario, corren el riesgo de quedar como una moda pasajera: coches llamativos y baratos que, al final, no logren consolidarse en un mercado tan exigente como el europeo.